El elogio de la dificultad

30/04/2020

Para Oscar Eduardo Espinosa Gonzalez

Armando decide comprometerse a amputarse los dedos de su mano izquierda. Hace un estudio molecular fallido sobre la regeneración. El estudio había comenzado cuando creyó comprender la primera ley de la alquimia, la de la transferencia; cuando necesitaba sanar a los amados miembros de su familia, se amputaba un dedo para respetar la «ley» de la equivalencia. Creyéndose un amante del orden porque le gustaba respetar las leyes llamadas de la materia, de la gramática, de la sociedad, del universo.... Así perdió los cinco dedos de su mano izquierda. Tuvo que aprender a escribir con la mano derecha y fue un aprendizaje largo y difícil, pero tuvo éxito.

Su amada compañera, Medea, había estado enferma de lupus sistémico desde los 32 años. Se conocieron jóvenes entonces lograron tener dos hijos perfectamente sanos, así la educación y la protección del hogar se volvió concretamente la responsabilidad de Armando. Con este gesto oblativo, con esta empresa sacrificial, había logrado proteger a sus hijos de toda enfermedad y devolverlos a la tierra con fuerza y vigor. También trabajaron en alquimia como él. Se convirtieron en observadores de la materia. A su vez, su madre y su padre tuvieron enfermedades con las peripecias de la edad de cada uno, el Alzheimer y una falla del corazón también curado por la magia de sus dedos. La creciente duda sobre la enfermedad de Medea, un impulso desesperado y una energía desordenada le invitaban locamente a dar su brazo entero. Voces gritaron dentro de él: ¡el sacrificio es hermoso! ¡el sacrificio es el fin último de tu encarnación! La voz de los ángeles lo acompañó en la escisión. Cortó su brazo y su fiel amiga vivió.

Se instaló un recinto familiar para que el patriarca pudiera curar sus heridas internas. Pasaron ocho meses durante esta medida excepcional, rodeado de los miembros de su familia en óptima salud. Se recuperaba con la ayuda del fuego interoceptivo. En frente del espejo donde la llama de la vela acompañada de su reflejo bailaban, una presencia distinta de la suya le enseñó la segunda ley de la equivalencia llamada, la transmutación.
Una voz resonante: No es una ley, no obedece a ninguna restricción. Un naufragio de uña habría bastado para curar a todos los miembros y a tu compañera. Los ojos miraron horrorosamente, la llama hizo lo mismo. Comprendió lo que era el brazo. Una falta. Una falta hecha materia.

 beatrizhelenaninobonett@gmail.com
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